LOS 'YOES' DE ALEXANDER ZANCHES

Esta es para mí una ocasión única: me ha correspondido plasmar en este texto apreciaciones del mundo poético de Alexander Zanches. Es una tarea dura pero estimulante, no sólo por conocer al autor y su obra desde hace quince años, sino por lo vasto de los temas, amores y contradicciones que se me presentan al pretender entrar al mundo de la poesía por una puerta explicativa-lógica, como muchos esperarían de alguien etiquetado de lingüista o de filólogo, cuando las características del género literario invita de golpe a explorar otros parámetros del espíritu humano.

Como investigadora y curiosa de los fenómenos del lenguaje considero de especial cuidado todo esfuerzo por teorizar o sistematizar desde cualquier disciplina el contenido material o potencial de un texto poético. Este género aborda como ningún otro la dimensión de lo sensorial y de lo extra-sensorial al conjugar contenido y forma en una sola realidad significativa. Como cualquier otro artista, el poeta (o la poetiza) es creador consciente del lenguaje, evocador de sentimientos, constructor de formas mentales, analista y crítico del mundo que lo rodea por los caminos de una subjetividad que se hace tangible y sensual por medio de sus palabras. Dejo entonces el trabajo de la crítica a los expertos en figuras de estilo o movimientos literarios.

Tomé la decisión de cambiar un poco mi voz al hablar desde un lugar más abierto y menos etiquetado que el que ocuparía una académica, y es el que ocupo como lectora; pero no simplemente de aquella lectora que se impresiona, interpreta, goza o reflexiona con los poemas de Alexander, sino también de la que reconoce haber crecido y madurado en su vida personal y académica a la par de la producción literaria de este poeta que supo recordarme, desde mis inicios casi adolescentes de vida universitaria, que también se aprende en comunidad, a la luz de una hoguera, con el silencio de la noche y el sonido de los pájaros.

Alexander, como todo artista, crea. El mundo significativo de cada poemario amplía los límites de la entrega anterior y sienta las bases de su próximo libro, como si parafraseara la naturaleza del Universo que se encuentra en constante evolución y expansión. Y esto sólo se logra cuando el autor consigue desambiguar, dentro de la subjetividad poética, los elementos claves de su construcción simbólica. Su madre convive con sus musas, que a su vez danzan con las aves mensajeras que beben agua de los pocitos que el Ministerio de Obras Públicas no tapa, para deleite de un Narciso que no es otro que el mismo poeta que no deja de apreciar su belleza en el reflejo líquido. Para Alexander no hay elementos aislados. Todo, en su individualidad, está relacionado con el Todo colectivo.

No importan si son personas, animales, cosas, abstracciones u otros elementos medianamente concretos, los sustantivos de Alexander consiguen develar en ellos una parte de su Yo creador reflejado en distintos espejos, matizado con distintos colores. El poeta es una primera persona pluralista, compleja y humana que se esconde en cada una de las terceras personas que viven y juegan en su poesía.

Alexander Zanches es uno de esos fabricantes de seres que luego encontramos en cada rincón del paisaje cotidiano si así nos lo proponemos, o si nos chocamos con ellos. Otorga a cada sustantivo una voz que le es a la vez propia y ajena en su naturaleza ontológica. Ya desde la primera página de su Paisaje 519 concentra con unos cuantos objetos la rivalidad permanente entre su Yo natural y su Yo cultural, conflicto que lo acompañará durante toda su obra:

"Aún el vientre no me expulsa / y ya espera en la mesa el café / la bolsa del colegio / el maletín ejecutivo."



Alexander se permite hablar, hablarse y hablarnos por medio de muchas voces, actuando y animándose en los sustantivos incrustados de sus versos. Lo inanimado no tiene cabida para su propuesta de mundo donde cada elemento va más allá de las habituales correspondencias con los valores semánticos comúnmente negociados en nuestra sociedad homogeneizadora. La figura materna en "Poemas para leer con el alma llena del amor de la madre" recoge en la conciencia de Alexander a toda mujer en su condición de fémina biológicamente capacitada para gestar una nueva criatura, pero es también la tierra que nos nutre con sus frutos, el gesto amable que alimenta el corazón, la respuesta filosófica imprescindible para mantenernos vivos: es el poeta mismo desnudando su lado femenino. Este ejercicio que podría fácilmente considerarse un entretenido juego de polisemia (y no estaría mal que lo sea) esconde un esfuerzo permanente por encontrar la coherencia temática que sustente la filosofía de su obra. La Madre 'alexandrina' es y será en la medida que el lector consiga identificarse con ella, pero mediante signos y texturas propias.



Alexander muestra un amor particular por los animales y los objetos cotidianos, a los que les concede el derecho a salpicar de humanismo. Las garzas, el río, los balones, el carrito de lata, su sola mención recrean los diferentes matices de su propio discurso. Sus personajes humanos tienden a perpetuarse a través de las voces de sus objetos, fenómeno que no le es muy frecuente a la inversa:

"Hoy me haría un esmoking / con clavos en el pecho / y en los brazos / para ver quién se atreve / al acercamiento del abrazo / o del beso en la mejilla."

La experiencia simbólica con estos seres humanos es de auto-síntesis, en especial aquella que se da con las figuras del padre y la madre; y es de esperarse, al encarnar estos arquetipos los dos polos de él mismo. A veces estas partes del Yo se les presentan tan claros y evidentes que Alexander prefiere prescindir de intermediarios implícitos. A diferencia del ejemplo anterior, donde entran en conflicto el valor social del esmoking, la imaginería religiosa y la complementaridad lealtad-traición, en El rancho el poeta se inclina por establecer similitudes en atributos, tanto sensuales como perceptivos, una evocación a la memoria involuntaria de Marcel Proust:

"En algo se parecen el rancho y papá / ambos son grandes / y cuando se les acerca / siente una sensación de tibiedad que espanta el miedo."



Otro 'personaje' en la poesía de Alexander que se sustantiva y cobra vida como un ente con voz y discurso propio es la palabra misma. Para ello el poeta se vale de recursos que forman ya parte intrínseca de sus juegos metalingüísticos: es amante de la etimología (Más cara [del italiano caro] es una sonrisa que una máscara) de la morfología (¿Est-Ética poÉtica?) y de la morfo-sintaxis (El mundo no es / cómo tú crees / que eres), así como del rejuego de la polisemia lexical de los sintagmas nominales, que consiguen alcances semánticos más implícitos o explícitos de acuerdo a la voluntad del poeta, adentrándose más de una vez en la infinita paradoja:

"No sólo el que piensa que piensa piensa."



Entre materia y forma, Alexander busca extender al máximo las posibilidades semiológicas de sus palabras sin desviar la atención de la voluntad de su Yo, o más precisamente, de sus ‘Yoes’. Como creador de muchos mini-mundos que conviven paralelamente en uno, el suyo, el poeta en su estética procura no poseer más banderas ni limitaciones que su lealtad por el deseo de existir y de conquistar una libertad individual que se pone en evidencia tanto en su vida personal como artística. Alexander transmuta su Universo en un Pluriverso de compenetrados ‘yoes’ sin ‘túes’. El receptor se convierte, al leer a Alexander, en su madre, su confidente, su hermano, su amante o incluso su enemigo o enemiga, teniendo especial predilección por las receptoras femeninas, o en caso contrario, invita a la irrigación de inhibidos estrógenos en sus lectores varones, invitándolos a descubrirse como seres integrales y libres, sobre todo en el plano psicológico.

Alexander es un cantor de todas las partes constitutivas del ser humano. Le canta a lo visible y a lo invisible del mundo de Cultura en oposición a Natura, dimensión donde no hay una Psique que le sugiera la existencia de garzas negras ni nada que se le parezca:

"Todas las garzas no son blancas / todas las que veo lo son / las otras las intuyo"

Sus ‘yoes’ se reparten equitativamente entre la abstracción de lo "real" y la realidad de lo abstracto. Realidad que no es realidad para su Yo revisionista que se niega a doblegarse a la voluntad del rey. Por eso se considera un testigo y un hacedor de la "idealidad": el único y auténtico laboratorio semántico del hombre y de la mujer.


He aquí que presento al poeta y al ser humano que sólo busca existir y perpetuarse en su arte, aunque otros no intuyan sus garzas negras. Alexander no le resta importancia a la vista, pero lo suyo es el tacto: de piel, de reflexiones o de intuiciones. Es un poeta que elogia lo concreto en la develación de lo abstracto, del significado. En sus versos se encuentran descompuestos tantos "yoes" que en su última entrega "Somos Espejo: poemas de nadie" el autor regresa al hogar y produce un Big Crunch significativo, pasando de UNO a UNE, donde todos somos algo Alexander, y él, a su vez, se hace "Nosotres".

Kafda Vergara Esturaín

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